domingo, 23 de junio de 2013

La huida inicial

"El Señor dijo a Abrán: Sal de tu tierra nativa y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré." (Gn 12, 1)

El inicio fue un sentimiento de desarraigo. De que había para mí una tierra prometida que no conocía, un lugar dónde se me esperaba y dónde habitaría por años sin término. No sabía dónde estaba ése lugar, cómo era y cuándo llegaría yo a él. Pero tenía claro que me requería un desplazamiento, salir de mi tierra nativa, de la casa de mi padre.

Busqué. Mi historia me indicaba como probable otro sitio bien definido. Me perdí intentando buscar la forma de llegar a él definitivamente. Pero algo ya se movía, más allá de mi propio querer, y pese a todo, y aun teniendo posibilidades, no llegué a instalarme en él. Quería salir de mi tierra nativa, pero siempre tenía la justificación necesaria para no hacerlo. Un dicotomía entre lo que quería y lo que hacía se abría paso en mi historia, que me llevó a rechazar en no pocas ocasiones lo que yo pensaba que realmente quería, cuando había propiciado las circunstancias necesarias para que se me ofreciera la oportunidad de hacerlo.

Quizás ese fue el punto inicial. El momento en el que comprendí que la salida se iba a producir más tarde o temprano, pero no cuándo yo pusiera los medios, si no cuando una fuerza superior, que más tarde reconocería como Dios, aunque por aquel entonces no, quisiera que sucediera. Me abandoné al destino, aún sin saberlo y sin hacerlo conscientemente me dejé en las manos de Dios. Y justo en ése momento, le descubrí. Dios se hizo presente en mi camino, en mi historia, se reveló y mi respuesta no fue otra que fiat, hágase, permanecí en el abandono a Dios y su voluntad. Ahora de forma consciente. 

Aún así reconozco ahora que el abandono que yo creía, no era, ni es todavía hoy, total. Mis deseos siguen condicionando en buena medida la visión que de la auténtica voluntad divina tengo. Así pues en aquel tiempo inicial, aun abandonado, tenía unos planes muy concretos sobre salir de mi tierra nativa. Pero ¿me había pedido el Dios de Abrán abandonarla?

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